Un americano en París


¿Se podría entender el American Center en París de Frank Gehry como el turista que llega a la ciudad y la observa –la recuerda- maravillado o hay algo más allá de esa visión personal y romántica? El lugar está lo bastante alejado del centro histórico como para ignorarlo en mayor o menor medida. Se trata de un barrio de nueva creación, entre la ciudad existente y el Sena, que se completa con una serie de equipamientos y un parque público.


En esta localización, entre la zona residencial y el parque, le encargan a un arquitecto americano, (pero también un arquitecto-emblema de la américa de la época) el diseño del Centro Cultural Americano en la capital francesa. El nombre ya delata varias cosas: Constará de un programa artístico y cultural, pero al mismo tiempo se convertirá en un símbolo, un icono de los Estados Unidos y del arquitecto que lo proyecta. Como el turista americano llega a la ciudad y habla en una lengua extraña, e intenta entender la ciudad que se muestra ante sus ojos.

Comentaba Oriol Bohigas que uno de los grandes méritos de las últimas intervenciones urbanísticas efectuadas en Berlín era que por primera vez se había conseguido que Gehry se alineara a la forma clásica de la plaza. Aquí, en París, hay un primer intento. El edificio mantiene la estructura de la manzana hacia el barrio residencial adyacente. y, enfatizando esta característica, el volumen de la esquina es totalmente puro y con una fenestración regular. ¿Es esto una voluntad de completar el tejido del barrio o más bien un simple imperativo de: “Hasta aquí llega vuestra ville tipica parisina, ahora veréis que os espera más allá” Porque a partir de aquí, y conforme vamos avanzando desde la ciudad hasta el acceso principal, el mundo comienza a mutar. La banda sonora deja de ser chanson para convertirse en rock, pero escuchada atentamente, descubrimos que es puro country.

Si seguimos la calle principal hacia el oeste, el siguiente volumen, convenientemente separado por el vacío -la rupture- tiene un cierto parecido con el anterior: mismo material, mismo número de huecos… pero something happened!, ha sido cogido por los extremos y ha sido estirado. Como consecuencia se ha estrechado en las plantas intermedias y se ha abombado arriba y abajo. Las ventanas han sufrido en este proceso, la fachada se ha agrietado, el edificio se ha levantado del suelo, o más bien, ha levantado su falda para que todos podamos disfrutar de las glorias de América.

Si optamos por la calle secundaria, más estrecha y sombría, el edificio permanece mudo. Algo se intuye, algo pasa más allá del límite, algo vuelve a llamar para que demos la vuelta y nos olvidemos de la ciudad y de sus calles, para eso ya está el vieaux Paris. Conducidos inevitablemente por la llamada del nuevo mundo, damos la vuelta a la esquina y todo ha sucedido de repente. Ya no hay calle, ni manzana, oi siquiera ciudad. ¿O es ésta la ciudad global, caótica y difusa de la que nos habían hablado? Es como si algo -¿Un misil americano?- hubiera sido disparado desde el suroeste -desde allí es fácil, hay mucho espacio libre- y se hubieran cargado la esquina del edificio. Los trozos han quedado desperdigados; los cuerpos, mutilados; los cristales, rotos; el orden, descontrolado. Y el edificio comienza a hablar en su lengua propia: Desde las ruinas, esa lengua extraña, ese inglés tan diferente del inglés cortés y refinado de los británicos. No sirve el disfraz pétreo para esconder lo ajeno, tampoco hay esa voluntad, es desafiante, nos increpa desde su rota monumentalidad.

Y aunque el programa, la organización es tan típica, tan vulgar, que la conocemos de sobra, no la reconocemos detrás del maquillaje del sueño americano. Si dos trenes que se dirigieran a la antigua estación de la Bastilla hubieran chocado y descarrilado en este punto, el paisaje resultante sería al mismo tiempo, muy parecido y muy diferente. Monumentalidad rota, destrozada, pero monumentalidad al fin y al cabo. Curiosa contraposición al monumento puro e inmaterial levantado en la otra orilla del Sena por Perrault. Piezas de un mundo global para una ciudad que siempre tuvo la voluntad de ser global y abierta. También se puede hablar inglés, español o italiano en París. También se puede reivindicar la propia identidad dentro de la globalidad. El obelisco de la plaza de la concordia es egipcio, pero es tan parisino como la torre Eiffel, y no es posible entender el espacio urbano sin esas piezas tan emblemáticas.

Pieza singular, elemento primario, emblema de un país, firma de un arquitecto, todo al mismo tiempo. ¿Por qué el artista ha de introducir el orden en el caos y no al revés, como defendía Adorno? La mirada del turista es al mismo tiempo inocente y curiosa, despistada y voyeaur, parafraseando a un conocido anuncio de tabaco -americano-: “La vida es dura, la arquitectura no tiene porque serlo”. Si ya lo había dicho don Alejandro: “La arquitectura es divertida, la vida no.

POST-SCRIPTUM: Releyendo ahora estas líneas me he dado cuenta de que he hablado poco del edificio y mucho de observaciones, reflexiones, reflejos… Quizá demasiados reflejos y poco de más allá del reflejo… ¡Y eso que el edificio no tiene piel de titanio!

[JUNIO DE 2003]