Leicester Square


En una librería londinense ojeo el libro Le Corbusier and Britain. El librero me pregunta si me gusta Le Corbusier. "¿No le gusta a todos los arquitectos?", le digo. "Algunos pensaban que estaba loco, sobre todo por sus reformas para París", me responde. A pocos metros de allí, en Leicester Square, unos grandes carteles anuncian la futura remodelación de la plaza. En ellos se expone el proyecto previsto y se pide a los ciudadanos su participación mediante una consulta pública. Más tarde, en el metro, observo a un niño leyendo la novela en que se basa una película expuesta también en grandes carteles en la misma plaza y pienso lo que significa ser una gran ciudad no sólo en términos cuantitativos.


Pantallas


Con el título La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna, el sociólogo Gilles Lipovetsky y el crítico de cine Jean Serroy, presentan un ensayo acerca de la transformación en las últimas décadas de un arte que, a diferencia de otras artes de la época vanguardista, no entró en conflicto con la sociedad de consumo, sino que se adaptó a ella, influyó en ella y modificó su conducta y concepción del mundo.

El cine, aunque nació a finales del siglo XIX, fue el siglo siguiente el que encontró en él el arte que mejor lo expresaba y con el que se identificó. Lipovetsky y Serroy afirman que, superado el siglo XX, "el saldo es incuestionable: el arte de la gran pantalla ha sido con diferencia el arte del siglo".

La pantalla del cine fue única e insustituible durante un tiempo. Los cines -en sus diversas tipologías de proyección- se convertían en el único lugar dónde poder recibir la imagen. La unicidad de la pantalla es ejemplar en aquellos antiguos cines con pantalla central y doble patio de butacas, dónde poder ver la imagen "al derecho" o su versión simétrica.

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX y, especialmente, en las últimas décadas, aparecieron técnicas de transmisión y difusión de la imagen que competirían directamente con el cine. "Para empezar -señalan los autores-, la televisión, que ya en los años cincuenta empieza a penetrar en los hogares; y en el curso de las décadas siguientes las pantallas se multiplican exponencialmente: la del ordenador, que no tarda en ser personal y portátil; la de las consolas de videojuegos, la de Internet, la del teléfono móvil y otros aparatos digitales personales, la de las cámaras digitales y otros GPS. En menos de medio siglo hemos pasado de la pantalla espectáculo a la pantalla comunicación, de la pantalla a la omnipantalla."

A partir de esta premisa, Lipovetsky y Serroy se plantean un interrogante que desarrollan en su ensayo: ¿Qué efectos tiene esta proliferación de pantallas en nuestra relación con el mundo y con los demás?. La era de la "pantalla global", así denominada por los autores, debe analizarse a partir de las transformaciones que sufre la forma original y prototípica de la pantalla: el cine. "¿Qué lugar ocupa cuando sus películas se ven por lo general fuera de las salas a oscuras?"