Intervalo

 Imagen: DeviantArt

El calendario académico y sus circunstancias han querido que el final de año traiga consigo prácticamente un remate de curso y, el año nuevo, el comienzo de varios proyectos docentes. Durante otros doce meses este espacio ha acompañado mi trayectoria vital y profesional abriendo ventanas hacia el exterior y convirtiéndose en un lugar dónde compartir sensaciones, reflexiones y resultados.

Cuando pienso en lo que ha significado todo este recorrido me doy cuenta de que ha servido muchas veces para profundizar y ordenar ideas que me rondaban por la cabeza, otras veces para continuar y desarrollar temas que surgían en una conversación o en una clase pero, sobre todo, para conocer a magníficas personas que, sin existir este lugar de intercambio, hubiera sido imposible descubrir.

Vosotros sois los que justificáis dedicar, cada cierto tiempo, una pausa a recordar, a escribir, a compartir... En una sociedad que persigue el reconocimiento de la divulgación a través de índices de calidad y méritos acreditados resulta difícil argumentar el «escribir por escribir». Bien, pues aquí seguimos otro año más. Y por eso he querido finalizar este año con quince entradas, una por cada seguidor presente –aunque sé que sois muchos más los ausentes–, y desearos a todos lo mejor para el año que empieza.

Termino con una anécdota recogida en el libro Bibliotecas llenas de fantasmas de Jacques Bonnet una de las mejores lecturas del año que termina–: En 1932, el escritor Fernando Pessoa se presentó a un concurso para ocupar el puesto de bibliotecario de un museo de Cascais. Acompañando a la documentación solicitada adjuntó una carta que finaliza de la siguiente manera: 

...Salvo aquello que de competencia e idoneidad está implícito en los diplomas indicados como motivo de preferencia en los distintos párrafos del reglamento, y que ha sido por lo tanto demostrado mediante los documentos presentados en respuesta a cada uno de estos párrafos, ni la competencia ni la idoneidad son susceptibles de ser justificadas mediante pruebas documentales: comprenden elementos como el aspecto físico o la educación que por definición son imposibles de demostrar con documentos.

Cascais, a 16 de septiembre de 1932, Fernando Nogueira Pessoa


Por supuesto, la sinceridad de Pessoa no convenció al jurado.
Feliz 2011.



Abbey Road

Imagen: Flickr


Hace unos días leía la noticia de que el paso de cebra londinense de Abbey Road, famoso por su aparición en la portada del disco homónimo de los Beatles, había sido declarado por el gobierno británico como «lugar de importancia cultural e histórica», convirtiéndose en el primer paso de cebra en formar parte del conjunto patrimonial del país.

En la noticia se indicaba también que el paso que se puede atravesar en la actualidad, emulando a los cuatro Beatles, no es el original, ya que se produjo una reordenación del tráfico en la zona, trasladando los cruces peatonales y causando que las fotos que se pueden tomar en la actualidad difieran bastante de lo que se podía observar en la portada del año 1969.

Más allá del atractivo popular, que día a día sigue llevando a seguidores de la banda a fotografiarse sobre el paso de Abbey Road, al igual que se peregrina a otros lugares «sagrados» como el club The Cavern, podría ponerse en cuestión qué es lo que estamos considerando como patrimonio; protegiendo y transmitiendo hacia el futuro, pues estamos asumiendo la falta de veracidad e incluyendo valores más intangibles que documentales en el elemento a tutelar.

Gran parte de nuestro patrimonio edificado, desde catedrales o pasos de cebra, ha sido gravemente modificado a lo largo de la historia mediante intervenciones de mantenimiento, subsistencia, restauración, traslado, reconstrucción o destrucción, como bien explica el profesor José Ramón Soraluce en sus libros sobre Historia de la Arquitectura Restaurada, desdibujando los límites de cuestiones tan relevantes para el patrimonio como es la autenticidad o la capacidad documental.

Incluso desde las cartas del restauro internacionales se defiende la reconstrucción total de los monumentos cuando son destruidos por un conflicto armado o por desastres naturales, si existen motivos sociales o culturales excepcionales que están relacionados con la identidad de la comunidad; y el patrimonio intangible va tomando cada vez un peso mayor junto a lo tangible. Muchas veces, patrimonio material e inmaterial van unidos y, en el pequeño paso de Abbey Road, tenemos un gran ejemplo.



Nostalgia




Hoy he estado hablando sobre libros con una alumna durante un buen rato. Mientras duró la conversación me pareció algo normal, casi cotidiano. Pero, al poco de terminar, me he dado cuenta que hacía mucho tiempo que no mantenía una charla sobre libros con alumnos. Ni cortas ni largas, las únicas menciones se reducían a recomendaciones puntuales sobre bibliografía, a algún texto canónico en clase o, como mucho, a alguna lectura personal que hubiesen realizado.

Por eso me sorprendió la originalidad del diálogo. En él hablamos de la cantidad de libros que existen y de las múltiples posibilidades para llegar a ellos, hablamos de bibliotecas y de librerías, hablamos de problemas de almacenamiento, de préstamo, de conservación... y hablamos de todo ello considerándolo un tema común, cuando en la realidad contemporánea no es tan habitual como se podría suponer.

Curiosamente hoy mantuve otra conversación acerca de las ediciones de algunos volúmenes clásicos y de la dificultad para llegar hasta ellos. Son libros que se han convertido en objetos con historia y memoria, cuyo recorrido que tiene que ver con sus autores pero también con lo que cada propietario -o lector- haya aportado al objeto: Libros que se dedican, que se heredan, que se donan, que se pierden...  

Le he pedido a mi alumna que su trabajo final trate sobre libros. Quizá por nostalgia.