Kahn / Komendant




En el último capítulo del libro 18 años con el arquitecto Louis I. Kahn, el ingeniero August Komendant recuerda los años en los que que ambos coincidieron como profesores en la Universidad de Pennsylvania. Allí, Kahn planteaba los proyectos de curso del siguiente modo: «No había programa, tan sólo se daban algunos datos referidos a las necesidades y un plazo de entrega. Los estudiantes tenían mano libre para elaborar sus propios programas y establecerse un calendario».

Kahn consideraba la universidad la institución más importante de la ciudad: «Su crecimiento y calidad, es la medida de la ciudad, y se hará sentir en el funcionamiento, las actitudes y la moral. Hoy en día, los intereses y los deseos de los profesionales se han extendido y diversificado en gran medida, pero no hay ningún lugar en donde los profesionales de los distintos campos se puedan reunir y hacer públicas sus opiniones».

Komendant insiste en la relevancia que debería tener la universidad dentro de la sociedad y defiende dos aspectos fundamentales en cualquier actividad profesional, y especialmente en la enseñanza: el conocimiento y la inspiración. «El conocimiento es la suma de verdades o hechos acumulados y sistematizados en el curso del tiempo; la inspiración engendra el pensamiento, el sentimiento y el espíritu, y guía o controla la acción. [...] En una universidad, una institución para el aprendizaje superior, el conocimiento tiene un significado más amplio; incluye, además del conocimiento fáctico, la comprensión de lo que significan las verdades y los hechos. Se debe enseñar y preparar al estudiante para que piense por sí mismo».

Al ingeniero le llamaba la atención la dedicación que Kahn otorgaba a la universidad, a pesar de lo apurada que era su situación económica y de la presión de los plazos que tenía en su estudio profesional. Kahn siempre estaba alegre y animado en sus clases. Y cuando Komendant le preguntaba cómo era capaz de conseguirlo, le respondía: «Cuando estoy con mis alumnos y les enseño arquitectura, soy feliz y me olvido de todo lo demás».



Modernidad

Fotografía: Martín Rey (Flickr)



No le gustaba utilizar las palabras casa o vivienda. Prefería usar refugio. Un refugio que condensara al mismo tiempo su mundo técnico y formal y su mundo familiar y humano. El arquitecto Ramón Vázquez Molezún escogió personalmente el lugar para emplazarlo, sobre la zona de desechos de una antigua fábrica de salazón, en el extremo de la playa de Beluso (Bueu, Pontevedra). Era el verano de 1967.

La construcción se hizo con los caminos y muros existentes, con la luz y los vientos. Con la ría siempre presente. La modernidad como mínima intervención, como el uso práctico y preciso de los materiales. Luis Miquel lo expresó de un modo adecuado: «...esta casa no tiene ninguna gana de salir en las revistas sino más bien de salir al mar...» La arquitectura se hizo inseparable del paisaje.

Hoy el refugio sigue vivo. Se ha adaptado a los cambios, al paso de los tiempos y de las mareas, de las generaciones. Ricardo Aroca escribió que Ramón había cambiado tantas piezas de su barca que ya no quedaba ya ningún trozo de madera original, pero no obstante seguía siendo la misma barca. Sucede lo mismo con la casa varada sobre la playa. Allí trasladó todos sus conocimientos sobre la arquitectura naval y sus invenciones personales.

Ramón y su familia regresaban a Beluso cada verano, a veces en navidades, hasta su fallecimiento en el año 1993. Allí pintaba, navegaba y seguía perfeccionando su construcción. Su mujer, Janine, me comentó que sentía mucho que Ramón no hubiese disfrutado más tiempo del refugio que había proyectado. Y que cuando alguien se interesaba por la autoría de su obra, le respondía: «–¿El arquitecto? –No, yo sólo soy el carpintero».