Utopía industrial


A principios de los años sesenta, Jesús de la Sota Martínez (1924-1980) recibió por parte de su hermano Alejandro el encargo de amueblar el edificio del Gobierno Civil de Tarragona, una de las aportaciones más originales a la arquitectura española del siglo XX. El resultado fueron sillas y mesas vanguardistas, con un acabado industrial que no admitía rastros de manualidad. Consciente de la facilidad de la reproducción en serie de sus prototipos, Jesús de la Sota se lanzó a una aventura empresarial que no fue del todo comprendida en su momento, y que tenía como objetivo dar respuesta a la imposibilidad de encontrar piezas que se ajustaran a las demandas de la arquitectura moderna.

Este interés por los procesos industriales, y su posible aplicación al diseño de mobiliario e interiores, cristalizó en la creación de una sociedad con José Ramón Cores Uría que surtió de muebles, lámparas y otros objetos a aquellos sectores de la sociedad madrileña más permeables a unas propuestas que estaban conectadas con el espíritu de la Bauhaus. La imagen del local donde se pusieron a la venta dichas propuestas era una verdadera declaración de intenciones: amplios planos blancos que resaltaban aún más el rigor geométrico, la unidad y la búsqueda de lo esencial. En este sentido, la experiencia en el diseño de mobiliario de Jesús de la Sota constituye un caso singular y atípico dentro del panorama español: su respuesta a las dinámicas del mercado y de la producción en serie pone de manifiesto los problemas a los que se enfrentó la arquitectura moderna del momento, pero también la habilidad y el oficio con el que se supieron resolver. Sin embargo, y a pesar de todos los esfuerzos, la empresa –concebida como un proyecto integral de interiorismo– no tuvo el éxito esperado, en parte, por resultar demasiado adelantada para la España de la época, frustrando la posibilidad de una producción continua y generalizada de su trabajo en el campo del diseño industrial. En 1974 se dio por clausurada la experiencia y Jesús de la Sota se refugió en la pintura, trasladando sus esquemas anteriores a la fotografía, al dibujo y a los óleos, a los que se entregó con pasión hasta 1980, año en el que falleció en Berlín.

Pero lo más singular es que este innovador, heterodoxo y transgresor creador, que sorprendía con sus monumentos a la solidez y a la simplicidad, era un hombre angustiado por alcanzar la perfección, para lo que no dudó en idear alianzas interdisciplinares y en formar a un equipo de operarios que pudiese materializar sus proyectos, los cuales aunaban arquitectura, interiorismo, industria y fabricación en serie. Ahí radica su utopía, así como los fundamentos que explican el hecho de que sus piezas de mobiliario hayan podido resistir tan magníficamente el paso del tiempo.

[Resumen del trabajo realizado con Silvia Blanco y presentado en el II Seminario Internacional sobre Patrimonio de la Arquitectura y la Industria, celebrado recientemente en Madrid]