El cuaderno rojo


Cuando un año termina, lo habitual es recordar aquellas cosas que se alejan de lo ordinario, aunque son precisamente esos pequeños momentos del día a día, los más personales, los más cercanos, los que marcarán las diferencias relevantes frente a otros años. Si Perec, en su bello libro Lo infraordinario, reclamaba la atención sobre estos últimos, otro gran autor, Auster, enlaza unos y otros de manera magistral en su  cuaderno rojo, demostrando cómo los instantes cotidianos se pueden transformar en acontecimientos maravillosos e inesperados.

A través de breves relatos, supuestamente reales y tomados a partir de varios encuentros a lo largo de su vida, Auster revela la importancia que el azar, la casualidad o la coincidencia tienen al lado de la experiencia diaria, y ambos mundos quedan recogidos en las hojas del cuaderno, conformando, al igual que lo hará la libreta roja de Quinn en La ciudad de cristal, una historia real y extraordinaria al mismo tiempo.

Entre las páginas de El cuaderno rojo, —uno de los libros que guardo con más aprecio—, encontramos un personaje que busca una obra durante años —quizá su propio cuaderno, inencontrable en librerías y bibliotecas, hasta que una tarde, paseando, observa a una joven que lo está leyendo:

«—Lo crea o no —le dijo a la joven—, he buscado ese libro por todas partes.
—Es estupendo —respondió la joven—. Acabo de terminar de leerlo.
—¿Sabe dónde podría encontrar otro ejemplar? —preguntó R.—. No puedo decirle cuánto significaría para mí.
—Éste es suyo —respondió la mujer.
—Pero es suyo —dijo R.
—Era mío —dijo la mujer—, pero ya lo he acabado. He venido hoy aquí para dárselo.»

Otro año más, muchas gracias por vuestra compañía y que el 2016 sea extraordinario.